Cuando se trata de hablar de la filosofía, nos enfrentamos a una pregunta compleja sobre el papel de la emoción en la vida y en la filosofía: ¿son las emociones una fuente de sabiduría o un obstáculo para la razón? Durante siglos, la relación entre razón y emoción ha sido motivo de debate entre pensadores. Por un lado, algunos adversarios del uso de la razón tienen como objetivo el elogio de la empresa intuitiva de la emoción. Por otro lado, partidarios de la racionalidad, como los ilustrados y los empiristas, han tenido una actitud reticente hacia las emociones.
¿Son las emociones necesarias?
En contrapartida, ¿son necesarias las emociones para comprender la filosofía? Otras corrientes piensan que, de un modo u otro, la razón debe tomar en cuenta ciertas emociones para llegar a la conclusión correcta. Algunos incluso defienden que, en el mejor de los casos, los efectos emocionales son indispensables para una correcta toma de decisiones y consecuente acción humana. Pues, si bien la razón es útil para evaluar la información, no todas las situaciones pueden ser juzgadas desde el punto de vista racional. Por ello, no es suficiente para guiar el comportamiento humano y sí es necesario complementarla con las emociones.
Un equilibrio entre razón y emoción
Esta idea es la base de la filosofía de Sócrates sobre la necesidad de un equilibrio entre la razón y las emociones. Según este pensador, la conciencia es una parte básica de ser humano que la emoción y los sentimientos acompañan a él. Así, se hace necesario poner en equilibrio los dos polos de la conciencia: por un lado, el racionalismo se encarga de establecer una conciencia ética, mientras que la visión emocional nos permite conectar con la experiencia vital y la creatividad.
Barreras para la razón: la irracionalidad de las emociones
Sin embargo, es cierto que también hay momentos en los que las emociones son un lastre para la razón. Por ejemplo, cuando el estado emocional se vuelve desequilibrado por la ira, el miedo o la tristeza puede obstaculizar el pensamiento racional impidiendo la toma de decisiones. Estos estados vitales se conocen como “irracionalidades” porque impiden la actuación de la razón y sujetan al sujeto a la volubilidad del sentimiento. Pues para poder acceder a la verdadera naturaleza de la filosofía es necesario estar en control de las emociones. Por ejemplo, algunos creen que la sabiduría puede llegar sólo a través de la calma del espíritu.
Emociones y pensamientos deben interactuar de forma equilibrada para llegar a la conclusión adecuada. La razón es necesaria para canalizar las emociones en la dirección correcta, y expresar el sentimiento adecuado bajo sí mismo sin perder el control y poder avanzar. Al mismo tiempo, las emociones pueden proporcionar profundidad, significado y perspectiva a nuestras ideas y ayudar a comprender los conceptos filosóficos. Se trata de encontrar un equilibrio entre el poder de la razón y la poesía de las emociones.
En la filosofía a lo largo de los siglos, el papel de las emociones ha sido muchas veces considerado con polarizadas posturas, sin embargo, es en la actualidad cuando se evidencia el rol que cumple el ámbito emocional en la vida de los seres humanos.
En primer lugar, resulta importante destacar la relevancia del papel que desempeñan los sentimientos en la vida cotidiana, ya que brindan interpretaciones trascendentales del entorno que nos rodea. Un ejemplo de esto son los estudios de la neurociencia que ejemplifican cómo es la actividad cerebral cuando interactuamos con aquello que nos genera emoción, siendo esto una de las principales razones por las cuales la emoción es un asunto fundamental en la vida.
Ahora bien, en el campo de la filosofía, las emociones han sido siempre consideradas como el enemigo de la racionalidad, que limita a la razón y supuestamente nos aleja de la verdad. Sin embargo, en la actualidad una nueva perspectiva plantea un encuentro de armonía entre estos dos ámbitos, es decir, aquí se reconoce el valor a la inteligencia emocional como fuente de conocimiento y realización personal.
Por lo tanto, las emociones son tanto una fuente de sabiduría como un obstáculo para la razón, dependiendo del contexto, el momento y la compatibilidad psicológica de cada individuo, por lo que resulta innegablemente importante el trabajo consciente en el ámbito emocional para poder alcanzar un desarrollo equilibrado.
Finalmente, se concluye que el equilibro entre las emociones y la razón no se trata de una dicotomía de polaridades, sino que más bien ofrece una oportunidad para la construcción de una comprensión integral y holística del ser humano.